Un antes y un después
17:23
La otra vez veía una película donde
una niña le decía a su mamá que jamás tendría un bebé porque estos vomitan
mucho y cuando nacen son feos. Su mamá solo se rió.
Pero lo que dijo la pequeña no
está lejos de la realidad. A mí me pasó y seguramente a muchas mamás también.
Estas son algunos pensamientos antes de ser mamá.
No sé si sea capaz de abrazar o besar a un bebé que acaba de nacer.
El solo hecho de imaginarte besar a un bebé ensangrentado no es una idea muy
atractiva pero la mayoría al convertirse en mamá no les importa, incluso lo limpiarías
con tu propia lengua con tal de verlo mejor.
Los recién nacidos son feos. Cuando conoces a un recién nacido,
muchas veces sonríes por compromiso y tratas de no mencionar la palabra bonito,
pues para ti no es nada bonito. Pero cuando ves por primera vez a tu bebé, así
este azul, lleno de sangre y grasa, para ti es la perfección de la belleza.
Desde ese día todos los bebés te parecen hermosos.
¡Qué asco cómo pueden limpiar potitos todo el día! Incluso se te ha
pasado por la cabeza que cuando tengas hijos, llamarás a tu mamá o a otra
persona para que limpie a tu bebé. Una vez que nace, ese instinto aflora, puede
tardar, pero luego lo haces tan rápido que casi casi rompes records Guinness. Tienes
tu estilo e incluso se te escapan bailecitos de la satisfacción.
¡Jamás seré una mamá gallina! La sola idea de ser una mamá gallina
te angustia, y juras solemnemente no serlo. 9 meses después no te perderías ni
un solo instante de tu hijo desde el día 1 hasta la eternidad. Se te cae la
baba, quieres ser partícipe de todo, lo cuidas de todo y de todos. Eres una
leona a su máxima potencia.
¡Vómitos, canchitos, gases! Cierras los ojos y es una de las ideas
que más te desanima de volverte mamá, no te crees preparada para limpiar todos
esos desastres. Al volverte mamá, atrapas como la mejor portera el vómito con
tu ropa, te alegras por todos los chanchitos de tu bebé e incluso agradeces que
los bote y ni que decir de los gases, son muy graciosos y te aseguran que no
llorará por cólicos.
¡El bebé en su cuarto y yo en el mío! Preparas un cuarto hermoso,
sabes que está un poco alejado pero estás convencida de que es lo mejor para
ambos. Por fin nació y se va directo a… tu cuarto… a tu cama, pegado a ti, eres
capaz de mandar a tu esposo a la cuna o al mueble y si está dispuesto a
participar, colechan de lo mejor.
¡Mi hijo hará lo que yo digo hoy y siempre! Has comprado la biblia
de los padres, estás 100% segura que tu hijo hará en todo momento todo lo que tú
digas, tendrá horarios, jamás negociarás con él por algo y por supuesto nada de
rabietas. Nace y tú solo quieres cumplir cada uno de sus deseos. Si llora, lo
cargas, le cantas, te descargas música, te aprendes coreografías, imitas sus
muecas, te tiras al piso y eres literalmente su caballito. Nos rendimos a sus
pies porque los amamos y por fin entendimos que son personas que sienten, se
expresan y buscan su personalidad.
Así suene cliché, la maternidad
te cambia. Hay un antes y un después, pero definitivamente nos quedaríamos en
el después con todo y vómitos, chanchitos, malas noches y llantos.
Besos,
Mamá
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