Él
14:45
Cuando era pequeña – y hasta ahora – siempre he
pedido que mi abuelita me dé la bendición antes de salir de casa, irme a
dormir, emprender un viaje, etc. Me siento más segura y protegida. Al ver esto,
tú también decidiste darme la bendición cuando me despido de ti por las
mañanas. Alzas tu manito, me la pones en la frente y mueves la boca. Es lo más
tierno que he visto, y sin darme cuenta tampoco puedo salir de casa si es que
tú no me bendices. Es que viniendo de ti, siento que un ángel me guiará durante
mi día. Por las noches soy yo quien te da la bendición para que duermas bien y
sueñes con los angelitos.
Hoy me gustaría hablarte de Dios desde el punto
de vista de tu mamá. Mi intención es contarte de alguien especial que no
podemos ver pero si sentir. ¿Cómo es eso?,
dirás. Bueno ese sentimiento de creer sin ver se llama fe y vive en mí desde el
día que supe que estaba embarazada.
Fui bautizada en la
religión católica, pues toda nuestra familia lo es. Mi abuelita siempre va a
misa y ha aprendido a aceptar los mandatos de Dios. Mi mamá me enseñó a rezar
el rosario y a depositar mi absoluta confianza en él. Siempre he escuchado
decir a mi papá que Dios es el general de generales, el médico de médicos y el
padre de padres. Todos los miembros de la familia también me han mostrado su fe
y devoción pero en realidad sentía que la religión y sobre todo ese hombre
barbón de los cuadros de la casa no me llevaban a ningún lado. Y cuando comencé
a sentir las tristezas más grandes definitivamente decía que su Dios no
existía.
Fui detectada con una
enfermedad y operada de ella, todo salió bien y sentí que Dios volvía a mí al
darme una segunda oportunidad. Sin embargo, no tarde en desanimarme y ya no le
quise seguir el paso. Muchas reglas, muchas prohibiciones, muchas cosas “aburridas”.
Tomé a Dios como una religión y por ello era menos atractivo. No lo odiaba pero
tampoco sentía que lo quería.
Lo peor llegaría con
los años, cuando mi mamá enfermó. Realmente sentía que se burlaba de mí y ahora
después de tantos años de desprecio él se vengaba. Hablé mal de él, le dije
cosas feas y mi mamá se molestó. No entendía como mi mamá podía quererlo si él
le estaba quitando la vida, si la estaba alejando de nosotros. Realmente, no
entendía. La veía rezar el rosario diariamente, y cuando ya no pudo me hacía rezárselo.
Deje de hablar mal de él pues entendí que esa era la fe de una persona que lo
amaba. ¿Quién era yo para quitárselo? De todo esto, entendí que ella en su
salud lo amó y en su enfermedad lo adoró. Algo en mí cambio.
Comencé a entender que
Dios no es un ser vengativo, sino que es como todos los padres que aman y se
enorgullecen de ellos, les da pautas pero al final cada hijo escoge su camino.
Él los mira y protege pero deja que sus hijos tomen las decisiones correctas e
incorrectas, y si deciden voltear o se desviaron del camino siempre estará ahí
dispuesto a acogerlos sin reproches. Más allá de su figura de amor, para mí se
convirtió en la figura de esperanza pues mi mamá se había ido en paz pero tú
llegaste a mi vida en caos para tráeme paz. Desde ese día le he agradecido por
lo bueno y lo malo, por lo abundante y lo escaso, por lo grande y lo chico. Me encomiendo a él todas las mañanas y todas las noches. Es lo negro y oscuro de mi vida.
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El denario de mi mamá que llevó a todas partes |
No pido que tú creas
en lo mismo, solo te muestro lo mejor de mí, y aquello es Dios. Míralo como desees,
ten tus dudas, háblale, y si decides alejarte de él y al final no sabes cómo
volver y tienes miedo de que no te reciba, piensa en tu propio padre quien
nunca te negaría un abrazo así tú te hayas alejado. Para Dios todos somos como niños pequeños.
Solo puedo desear que seas una persona buena y honesta. Una persona con carácter y
personalidad definida. Respetaremos tus decisiones pero recuerda que Dios, papá
y mamá te levantaran si te caes, te secaran las lágrimas, oirán tus carcajadas
y abrazan fuerte si tienes miedo como cuando eras pequeños sin ver que ya eres
un hombre grande.
Te amamos
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